En horas de la tarde del 26 de noviembre de 2012 se realizó un velorio frente a la estación de metro Antímano. Un padre desconsolado lloraba sobre el féretro de su hijo asesinado que se encontraba encima de dos motos. Un joven más pasó a engrosar la lista del 90% de casos impunes de los cuales no se alardea en Venezuela.
Alexander Argenis Martínez de 23 años de edad trabajaba como vendedor de chucherías en los vagones del metro de Caracas. El día de su muerte estaba contando el dinero que había ganado en su faena laboral cuando fue interceptado por un delincuente que quería robarlo. Le disparó en el ojo cuando Alexander se resistió al robo.
¿Qué significaba el velorio en las adyacencias del metro? Tal vez era un modo de protesta de los familiares de Argenis porque, lamentablemente, están conscientes de que las probabilidades de darle justicia en la tierra a su familiar son muy pocas.
Mientras se desarrollaba el velorio, el que vendía Cocosete seguía en su labor; el señor de las frutas de temporada permanecía sentado leyendo su periódico y de vez en cuando le echaba un ojo al velorio; los transeúntes, con la mayor normalidad, veían la urna, intentaban reconocer quién era el occiso y seguían su camino.
La muerte parece ser algo natural para el venezolano. La sangre y las balas son el Trending Topic diario de Venezuela. ¿Cuán normal es ver a una persona herida de bala en la calle?, ¿cuán normal es presenciar un atraco?, ¿cuán normal es ser la víctima de un delito?, ¿cuán normal es ver que están velando a un fallecido en las adyacencias de una estación de metro?
Venezuela está cubierta por un manto de impunidad. La inseguridad se nos salió de las manos hace rato. Cada vez son más los jóvenes que mueren en manos de otros más jóvenes que ellos. No hay explicaciones racionales, políticas correctas o acciones ciudadanas efectivas que logren incidir en la disminución de los brotes violentos en cada esquina del país. Parece que los políticos venezolanos están más decididos en enfrentarse entre ellos mismos que en buscarle solución a lo que nos está comiendo con rapidez: la inseguridad.
Entre la indolencia ciudadana ante el dolor ajeno y las pocas políticas gubernamentales nos seguimos hundiendo en un país con una agenda definida: lunes de velorio, martes de entierro, jueves, viernes, sábado y domingo de anarquismo en las calles y trabajo en la morgue, y toda la vida de luto para muchas familias.
Las cárceles no son centros reformatorios. En realidad los delincuentes aprenden a ser más delincuentes, más asesinos, más inclementes. Poca oportunidad tiene un privado de libertad de salir de la cárcel renovado como una persona de bien.
Nuestros problemas tendrán solución cuando comprendamos que lo colectivo tiene que estar antes que lo individual.
El venezolano es indolente e individualista. No importa cuántas personas mueren si no son sus familiares. Pero la muerte siempre termina, aunque sea, rozándonos, recordándonos que está, que existe y que llegó para quedarse.